Como os conté en el anterior post sobre la Torre Marsans, en mi primera visita Miguel, encargado en la recepción, me contó que la Torre, tras la II Guerra Mundial, había sido un orfanato para niños polacos y que, aún hoy, por Navidad la comunidad polaca se reúne allí para rememorar esa época.
Curioseando por la biblioteca encontré la explicación.
En el libro “Polonesos a Barcelona. Un munt d’històries. L’acolliment de la ciutat als nenes robats pels nazis (1946-1956)”, – editado en 2008 por Ajuntament de Barcelona y Consulado General de Polonia en Barcelona -, se reproduce un artículo de José Luís Barbería, publicado en El Pais el 11/5/2008, “Los niños que Hitler robó. Huérfanos de la barbarie nazi”. En él se explica la historia de esos niños polacos de los que me había hablado Miguel. El artículo es estremecedor y os invito a leerlo si tenéis oportunidad.

En 1946, en una operación de la Cruz Roja, llegaron a Torre Marsans unos 200 niños polacos huyendo del horror nazi. Poco más de la mitad volvió con su familia, el resto fue enviado a USA, una década después, amparados por la gran comunidad polaca neoyorquina. Todos eran de aspecto ario.
Estos niños procedían del campo de refugiados de Salzburgo (Austria). Unos habían sido separados de sus padres, otros eran hijos de trabajadores-esclavos de la industria germánica y otros habían sido engendrados en el diabólico proyecto Lebensborn (la fuente de la vida). Este proyecto consistía en granjas de procreación y educación nazi para crear la superraza aria.

Todos fueron desposeídos de su familia, su nombre, su memoria e, incluso, su lengua. Todos fueron germanizados y, con la huida de las tropas nazis, abandonados. Alguno, incluso, se vieron obligados a vivir como salvajes en el bosque.
Además, en su huída los nazis destruyeron los archivos que documentaban el delirio de la recreación de la raza aria. Así, muchos niños también perdieron cualquier oportunidad de recuperar su identidad y a su familia.

Los huérfanos polacos llegaron en tal estado de desnutrición, desamparo y angustia que encontraron en la pobre España de la postguerra un paraíso que, aún hoy, añoran. Este “paraíso” fue obra, especialmente, de la cónsul Wanda Tozer que supo despertar la solidaridad de los barceloneses y de la comunidad judía polonesa para cubrir las necesidades más básicas de los niños.
Pero no te pienses que fue un campo de rosas. Durante la Guerra, Wanda ayudó a multitud de refugiados y por ello fue perseguida. Consiguió huir de Barcelona por pelos, dejando marido e hijos aquí.
Cuando las tornas giraron y Franco empezó a buscar vías de acercamiento con los aliados, Wanda pudo volver y retomar su labor.

Wanda no sólo se las ingenió para conseguir financiación y apoyo a su proyecto, sino que supo amparar a los niños.
Los niños llegaron con cuadros de pesadillas, angustia y depresión por el trauma vivido. Algunos se dedicaron a destrozar cosas; otros, claustrofóbicos, escapaban de la residencia en pijama pensando que huían de un bombardeo; otros sólo podían calmar los nervios haciendo punto…
Sólo la labor de Wanda, junto con la de los cuidadores españoles y los profesores y curas polacos que cuidaban de los niños, consiguió reconducir la angustia de los pequeños. Sólo entre los muros de Torre Marsans pudieron encontrar la paz y la felicidad, en lo que coinciden en calificar como “los mejores años de mi vida después de mi calvario”.

Por eso, tal como explica el periodista, todos aquellos con los que contactó aceptaron hablar con él, aún teniendo que abrir viejas heridas. Porque, aunque todos tienen historias terribles a sus espaldas, para todos “Barcelona es la palabra mágica, la puerta que cerró el infierno de su infancia traumatizada y les devolvió la sonrisa”.
En 2008, unos cuantos de esos niños, ahora octogenarios, volvieron a Barcelona. No os perdáis el vídeo.
Molt interessant !
Gràcies Carmen!